Posteado por: Concha Huerta | 20/07/2016

O’Keeffe en el Tate

Paseo por el Southwark. Cruzo el puente del Millenium hasta la antigua central eléctrica reconvertida en el Museo de Arte Moderno. Coronado con una alta chimenea, el Tate Modern acaba de estrenar ampliación, una pirámide de ladrillo diseñada también por Herzog & Meuron, los responsables del proyecto inicial en el 2000.

Cruzo la sala de turbinas, escenario de algunas exposiciones memorables, y me dirijo a la tercera planta donde el Tate Modern expone la obra de la norteamericana Georgia O’ Keeffe. Una artista poco conocida aquí, en Gran Bretaña no se conservan cuadros suyos. Una oportunidad única para disfrutar de esta pionera del modernismo.

Georgia O’Keeffe, tuvo una larga vida, falleció a los 98 años en Nuevo Méjico y se convirtió en la artista femenina más relevante en los círculos del Avant-garde norteamericano junto con su marido el fotógrafo Alfred Stieglitz. Esta exposición celebra los 100 años de su debut en la galería de su marido en Nueva York.

“Tengo ideas en mi cabeza que no se parecen a nada de lo que nadie me ha enseñado- formas e ideas tan cercanas… He decidido empezar de nuevo- deshacerme de todo lo que me han enseñado… Comencé con carboncillo y papel y decidí no utilizar ningún color hasta que no me fuera posible hacer lo que quiero hacer en negro y blanco”.

En la entrada encontramos las primeras obras que realizó cuando trabajaba como profesora de arte en Virginia y Texas. Algunos dibujos en blanco y negro que formaron parte de su primera exposición “291”. Y las primeras acuarelas que la caracterizarán como una gran paisajista. “Pinto porque el color es un lenguaje importante para mi”.

En la segunda sala, encontramos sus primeros cuadros al óleo. Un interesante trabajo de abstracción basado en la sinestesia. La relación entre la forma y la música, el color y la composición, y sus primeras abstracciones de flores. Y la famosa Líneas grises con blanco, negro y azul que tanta polémica suscitó en la época.

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Georgia O’Keeffe. Líneas grises con blanco, negro y azul. 1923

En la sala cuarta Calle de Nueva York con luna, una de mis favoritos. En 1918, O’Keeffe se mudó a Nueva York donde se casó con Stieglitzel en 1924. La gran ciudad impregna sus lienzos en el resto de la década. En la quinta, encontramos obras inspiradas en el lago George donde la familia pasaba veranos y otoños. “Aquí me siento suavizada por el verde”. Su paleta se tiñe de verdes, castaños y dorados y sus lienzos de árboles, nubes y hojas.

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Georgia O’Keefe. Calle de Nueva York con luna. 1925

En la sala sexta sus famosas flores pintadas hasta la década de los 50. Las primeras composiciones semi abstractas, como las delicadas calas, darán paso al realismo de flores ampliadas a tamaño gigante que permiten desvelar toda su belleza. Al fondo de la sala, Jimson weed/ White flower de 1932, que ostenta el récord de haber alcanzado el mayor precio en subasta por una artista, 44.4 Mll de dólares.

A mitad de los años treinta O’Keeffe descubre Nuevo Méjico. Pronto se ve seducida por la tierra y los colores del desierto, por los huesos del ganado que salpican las arenas, por las costumbres de los nativos. Comienza a pintar series de paisajes con distintas luces siempre explorando los sentimientos que le suscitaban. Las vistas desde los aviones de ríos y nubes le sirven de material para sus últimas obras.

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Georgia O’Keeffe. Jimson weed/ White flower. 1932

Georgia O’Keeffe. Tate Modern. Londres. Del 6 de julio al 30 de octubre de 2016


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