Las puertas metálicas se cierran con un golpe seco tras Joaquín mientras arrastra una maleta y una bolsa de la que escapa una manga. Empuja los bultos entre las paredes acristaladas y se apoya recobrando el aliento bajo una bombilla que titila sobre su cabeza. Unos mechones entre rubio y castaño caen desordenados sobre la frente blanca. Joaquín palpa los bolsillos de la chaqueta que tiene un desgarro lateral, extrae unas llaves y una la cartera de piel negra. Una foto sobresale entre billetes y tarjetas. La levanta con el pulgar hasta que aparecen dos coronillas doradas. Las pupilas se dilatan y oscurecen el iris verde azulado. El ojo derecho se cierra en un espasmo violento y parpadea con ritmo ajeno al cuerpo. El ascensor desacelera. Una voz femenina y metálica anuncia el cuarto piso. Joaquín empuja la foto dentro de la cartera y la guarda apresurado en el bolsillo trasero del vaquero desgastado.
Las puertas se abren. El vecino del cuarto entra en la cabina apoyando su cuero achatado y grueso en un paraguas negro. El abrigo demasiado estrecho no le cierra. Bajo la manga gris marengo un periódico doblado con una instantánea de huesos horadados en tierra blanca bajo el titular 1850 fosas en el primer mapa de la tragedia. El viejo observa a Joaquín tras un par de cristales gruesos enmarcados en pasta y murmura para sí mientras saca un cigarrillo de una cajetilla blanca donde se lee «FUMAR MATA» en letras rojas.
– ¿De viaje con este tiempo? – dice mientras se coloca con dificultad en el espacio entre las maletas -.
– De mudanza – responde Joaquín con la voz apresada en el fondo de la garganta -.
Descienden tres pisos sin cruzar más palabras. El ascensor se llena de respiraciones pesadas, de colonia enturbiada de tabaco, de chirridos de motor desajustado. Más de 70 años después del fin de la Guerra Civil, aún quedan en España miles de fosas comunes en las que yacen decenas de miles de víctimas. El viejo estudia el reflejo de Joaquín en los cristales. Los hombros caídos, los cabellos revueltos, los ojos perdidos entre espasmos, como los de Jacinto cuando cruzó aquella última madrugada el portón de la casona. La voz metálica anuncia la planta baja. Joaquín se agacha a recoger la bolsa. El ascensor se detiene con un movimiento brusco. Pierde el equilibrio y se golpea la rodilla con el borde de la maleta. Planta baja, repite la mujer metálica.
– Lástima – dice el viejo al traspasar la puerta – Le va a resultar difícil encontrar otra casa tan buena como esta.
Foto: C. Huerta
Que relato tan preciso , bendita tu mano , algún día deberíamos rodar alguno de tus relatos , no es broma !
By: Carmelo López on 05/03/2010
at 13:08
Gracais por tus palabras. Siempre tan entusiasta.
Saludos
By: Concha Huerta on 05/03/2010
at 14:25
Nuestros robots más desvalorados, tanto tiempo entre nosotros, ayudando con la compra, las minusvalías, la vejez. Sufren los mismos estados de ánimo, subidones y bajones, se paran, enferman y se estropean. En sus interiores ocurren cantidad de cosas, los corrompen con pintadas, con mensajes obscenos, aunque a veces también han sido testigos de románticas paradas de amor, otras de robos, de desalojos, de ocupaciones y las peores: de violencia.
Los mejores, pero, son los que llevan ascensoristas,
¿Qué piso?
Mi pie.
Un abrazo
By: eduard on 05/03/2010
at 16:16
El ascensor debe de ser el espacio más pequeño en que los humanos coincidimos con otros seres, conocidos, desconocidos. Unos minutos compartiendo alientos forzados. Un espacio singular sin duda. Un saludo
By: Concha Huerta on 05/03/2010
at 17:06
Disculpa, con mis letras anteriores parece que hubiera pasado por alto la historia que sucede en el susodicho elevador.
Loable compromiso detrás de la soltura de esa pluma que esgrimes entre el tercero y la planta baja.
Felicidades
By: eduard on 05/03/2010
at 16:24
Sin disculpas. Tu comentario sobre el ascensor resulta muy sugestivo. Era parte de lo que pretendía conseguir con el relato.
By: Concha Huerta on 05/03/2010
at 17:08
Minuciosa descripción de unos personajes que por un momento comparten un espacio que se llena con lo que cada uno guarda en su interior.
Dice mucho más de lo que está escrito y que lleva a reflexionar.
Salut
By: micromios on 06/03/2010
at 8:57
Almas que por unos minutos se contagian de espacio y recuerdos. Un reflejo que anula la la distancia y el tiempo. Me alegra que el relato te haya sugerido pensamientos.
Un saludo
By: Concha Huerta on 06/03/2010
at 11:53
Acabo de hacer un viaje en ascensor a la planta baja. Y he descendido cual si lo hiciera a los infiernos. Muy sugerente. Me has hecho sentir que tocaba con los pies las fosas comunes de la guerra. Enhorabuena.
Ricardo G.
By: RAB on 06/03/2010
at 12:36
Siempre he sentido una sensación inquietante cuando me encierro en estas cajas deslizantes. Saludos
By: Concha Huerta on 06/03/2010
at 12:36
Y a mí que me da que Joaquín ha dejado esas dos coronillas doradas arriba… sin vida.
Me gustan tus relatos porque son sugerentes, aunque no sé si esta vez me he pasado de imaginativa. No me importa, me gusta que me hagan imaginar.
By: fanou on 06/03/2010
at 15:24
Cuanto me alegra haber animado tu imaginación efervescente . Los niños desde luego estan como muertos para Joaquín. Hasta que punto, depende de lo que a cada uno le lleve este relato.
Un saludo
By: Concha Huerta on 06/03/2010
at 16:05
Y el brusco movimiento, breve… nos habla que debajo del todo, en el subterráneo, donde llegan las cajas de metal esta la memoria. Buen relato, amiga.
Carlos R.L.
By: RAB on 07/03/2010
at 21:30
Que alegría que te hayas pasado por mi página. Un saludo
By: Concha Huerta on 07/03/2010
at 21:31