Amanecer en Waikiki. El sol se cuela entre los ventanales. La vista desde el piso catorce impresiona. Aguas turquesas de un océano dormido al pie del cráter tamizado en verde del Diamond Head. Calor seco, silencio. No llueve en el sur de la isla. Un ave sobrevuela el puñado de palmeras reales de la piscina. Torres blancas se alzan sobre la arena blanca. Atrás quedaron la selva, las montañas y las playas desiertas.
Honolulu ciudad brillante, escaparate de marcas, lujo entre palmeras. Calles repletas de restaurantes, centros comerciales y orquídeas. Cuerpos esculpidos con tablas bajo el brazo. Ajetreo y limusinas. Japoneses, americanos. Crisol de culturas, cruce de caminos en el centro del Pacífico. Una playa privilegiada. El océano salpicado de tablas y velas.
En el centro, el Palacio´Iolani, residencia de reyes. Las columnas y escalinatas del rey Kalakaua, viajero incansable que difundió la cultura hawaiana y estableció el comercio de caña con América, marcando el destino de las islas. Las terrazas envueltas en la melodía Ka Ipo Lei Manu, los versos que la reina Kapi`olani ofreció al rey en su último viaje. Y en el jardín, el banyán centenario que libera la hierba del sol espléndido con su entramado de raíces y troncos.
En la tarde visitamos la Academia de Artes, el sueño de Anne Cooke de consagrar la cultura en las islas. Asia, África, Oceanía, maestros europeos entre muros tradicionales diseñados por Goodhue en 1927. Y la exposición Treinta y seis vistas del Monte Fuji de Hokusai (1760-1849) maestro japonés del ukiyo-e, el grabado en planchas de madera. Una muestra de las 500 piezas que donó el púlitzer J. A. Michener, al museo en 1991. Escenas de campesinos, pescadores y cortesanos. Colores elegantes y trazos delicados de la época Edo. La imagen azul y blanca de la “Gran ola desde Kanagawa”. Espuma y aguas envolviendo la cumbre blanca, el faro del reino.
Volvemos al hotel y a cerrar las maletas. El patio vestido de guirnaldas blancas. Violines, flores y alianzas. Corre una brisa fresca. La ciudad se llena de luces y gentes. Sushi, mai-tais, nueces de macadamia, conos de helados arcoíris. Tiendas abiertas hasta la madrugada. Voces de terciopelo, oukaleles, guitarras. Jóvenes con tatuajes y chanclas. Honolulu. Una ciudad que palpita en la noche. Paseamos descalzos sobre la arena húmeda para absorber los últimos aromas de la isla.
Fotos: C Huerta y M. da Silva
`Iolani Palace. 364 South King Street. Honolulu. Abierto de lunes a sábado. 9 a 5. Honolulu Academy of Arts. 900 South Beretania Street. Abierto de martes a domingo.
Dan ganas de empezar a hacer las maletas ya. ¿Es verdad que existe un paraíso semejante? ¿o es que tus ojos lo han pintado más hermoso y atractivo de lo que es?
By: Esther Zorrozua on 08/11/2009
at 19:15
Volvi hace tres semanas y todavia sueño con aquellas arenas blancas. Claro que el recuerdo resalta lo que deseamos/necesitamos ver.
By: Concha Huerta on 08/11/2009
at 20:07