Azul y blanco. Me dejo caer sobre una playa desierta y entierro los pies en arena bañada en susurros de arrecifes. Abro los ojos. Parpadeo en la oscuridad de la cabina. Un chorro de aire rasga los ojos cubiertos de máscaras. Al fondo una azafata dormita sobre una puerta metálica. Intento abandonarme al reflejo del sol sobre las olas, al follaje salpicado de amarillos y fucsias, a la paz de los días en Oahu. En el regazo, la foto del Presidente Obama repartiendo caramelos con una sonrisa franca y la mirada relajada. La complicidad de un Nobel en su primer año al frente de la Casa Blanca.
Descubro sus recuerdos, los años en que Mamá Annie le recogía en el patio de palmeras de Punahou, la casa de Alexandre Gardens, los juegos en las aguas transparentes de Waikiki a hombros de Gramps Stanley, los paseos en el triciclo azul, las navidades con la abuela Tut, los compañeros de juego japoneses, polinesios, americanos. “Gracias a Tut, Gramps, Choom, Gang y Ray por todos los buenos momentos” (Dedicatoria del album de su graduación en 1979).
4 de agosto de 1961. Un padre orgulloso recibe al hijo nacido bajo el signo de los reyes en el Hospital Kapiolani. Barack H. Obama. Un aventurero que abandonó dos años antes los pastos de Kenia por el sueño americano, para estudiar en la Universidad de Honolulu, capital del novísimo cincuenta estado de la Unión, donde conocería a Anne, una joven recién llegada de Wichita. El campus de Manoa, un valle mágico al norte de Waikiki. El resto lo haría el destino.
Foto: Alex Brandon/Associated Press
Un chico y una tabla. Su piel resalta sobre la espuma mientras bracea entre olas. “Me siento a gusto en mi propia piel” (Rolling Stone, 30-12-2004). Ser diferente de amigos y vecinos le enseñó a crear lazos y armonizar criterios, el germen de su ideología. Barry sale del instituto y pasa la tarde sirviendo helados en Baskin Robbins. Su primer sueldo. Jovial, tranquilo, buena cabeza dirán sus maestros. Hay algo en este joven que le hace único. “Tengo la impresión de que puedo convencer a cualquiera que hable conmigo”. (Time, 20-2-2.006)
La isla de Oahu le rinde homenaje en cada rincón que vió crecer al futuro presidente. El hombre de la esperanza y el cambio. Un “superhombre” reclamado por una America desencantada de la clase política, que surgió de una isla del Pacífico. La tierra que le acoge en los hitos de su vida, la boda con Michelle, el adiós a sus seres queridos, la campaña para las presidenciales. Encontramos su foto sonriente en restaurantes, playas y tiendas. Un taxista orgulloso nos señala unos techos amarillos de camino al aeropuerto. “Allí estudió el Presidente Obama cuando era niño”.
Foto: A.P.
Homenaje al Presidente Barack Obama en su primer año al frente de la Casa Blanca.
Confieso que a mí también me encandila ese Barry, tan parecido a un caramelo de tofe. Quiero creer en su buena fe, ya que su capacidad parece estar fuera de duda.Pero, incluso si sus intenciones son las que declara, ¿le dejarán hacer quienes mueven los hilos y cuyos rostros nunca conoceremos?
By: Esther Zorrozua on 08/11/2009
at 19:12
No me parece que sea extraordinario. Así debería ser todo el mundo. Luego estan las ideologias opinables. No se si la Politica es lugar para personas verdaderas. Ya veremos.
By: Concha Huerta on 08/11/2009
at 20:05