Listas, cajas, turrones, espacios vacíos. Todo preparado para la gran noche. La familia se reúne por primera vez en veinticinco años. Las bodas. Los hermanos con nuevas familias tras los esponsales. La hija que cruzó los mares. Cinco hijos, once nietos, nueras, yernos. El hueco de los que faltan y el de los más pequeños ausentes en un matrimonio fallido.
El padre en la lejanía de un dormitorio que ya no comparte. La madre abotonándose la camisa de seda con la mano izquierda. Voces en los pasillos. Trajín de cristales y lozas. El aroma del caldo con picadillo de jamón y huevo. A las nueve el primer timbre. La puerta se abre, una vez y otra. El hall se inunda de gentes que comparten la misma sangre. Saludos, abrigos, aperitivos. Cada uno deposita bolsas al pie del un árbol brillante. La noche más celebrada. Luces, voces y risas rescatando aquellas noches en que la mesa permanecía casi vacía, los padres en silencio ante la mirada de una niña que no comprendía la enfermedad y la desidia.
Esta noche los más jóvenes comentan de estudios y trabajos. Planes de futuro. Los mayores entre copas y suspiros, qué bien te veo, estas igual que el año pasado. El paso del tiempo. Ley de vida. Entre ellos, una muchacha captura con su cámara las voces de familia que parecían lejanas.
Por favor, bajen el tono. Por el pasillo aparece Liliana tras la silueta encogida del padre con los ojos ensanchados por la sorpresa. Uno a uno los nietos se acercan, se presentan y le muestran su cariño. El mantiene los ojos perdidos en la gente que espera. Demasiados rostros. Silencio. El grupo se coloca alrededor de la mesa donde descansa el pesebre. A una señal se arrancan en un susurro.
Noche de paz, noche de amor, ha nacido el niño Dios.
Por un momento el hall se transforma en capilla. Las voces ascienden por los paneles de madera y las escayolas doradas y envuelven la habitación en vibraciones sagradas.
Y los ángeles cantando están. Gloria a Dios gloria al rey celestial
El rostro del padre se relaja y de sus labios ajados brota un canto débil que se une a la melodía. Un canto que sorprende y sobrecoge a las generaciones entrelazadas en la sala.
Duerme el niño Jesús, duerme el niño Jesús.
La armonía se mantiene tres villancicos. Las voces se igualan en un solo cuerpo de una familia que abandona distancias y tristezas y devuelve a los padres sus caricias.
La madre declama con el brazo extendido sobre los hombros del hombre con quien compartió la vida. Al otro lado de la silla mecánica, una mujer dirige los cantos con el ritmo de sus palmas. Padre, madre e hija que transitaron entre dos vidas y consiguieron compartir este año la noche buena con la familia.
Noche de paz, noche de amor…
Le pido a Dios que no se termine nunca este canto.
Coro Fernando III de Añover de Tajo
Un relato muy emotivo, muy sentido de Nochebuena ,dibujado con las pinceladas justas. Con delicadeza, sello de la casa.
By: annefatosme on 27/12/2009
at 23:27
Me llenan de alegría tus palabras. Queria recordar que el espiritu de Navidad esta en las vivencias. A veces parecemos olvidarnos entre tanta comida y compras vanas.
By: Concha Huerta on 28/12/2009
at 4:55
Que texto tão bonito! A ternura a saltar em palavras simples e medidas, de um coração que viveu e sentiu os afectos dessa noite. De alguma triteza já saudade nos mais velho que assistem, à alegria de um futuro que os mais novos vão descobrindo em cada» regalo» surpresa que desembrulham.
By: xico on 28/12/2009
at 13:46
Traspasar sentimientos a traves de palabras escogidas. Retratar sensaciones en una gramática sencilla. Sentimientos que nacen con vocación de compartirse. Reconocimiento ante las páginas. El mejor regalo al escritor solitario.
By: Concha Huerta on 30/12/2009
at 1:03