Viernes por la tarde. Un viento africano ha limpiado de coches y gentes la ciudad blanca. Frente a la taquilla una pareja en bermudas observa la entrada desde un banco de piedra. A su lado una adolescente de cabello transparente bebe sorbos de una botella azulada.
En la sala balcones abiertos por el artista en su retiro de Niza. Noventa años y las habitaciones permanecen con la luminosidad del primer día. Tejidos traslucidos con ondas y pliegues enmarcan pedazos de cielo y agua cargados de aromas del mediterráneo. La brisa inunda la estancia de reflejos brillantes y dibuja sombras en los tejidos que envuelven la sala. Aire, luz, sosiego, profundidad. La piel renacida por el estremecimiento. El espiritu elevandose sobre elcuerpo.
Matisse frente a la ventana, horas, días, semanas. La realidad transformada en formas y colores de un alma inquieta. Ansiedad. Amarillos saturados en paredes y arena. Deseo. Ondas y siluetas opacas tras la baranda. Intimidad. Una funda de violín abierta sobre una butaca, del mismo añil de la marea tras la ventana. Poesía. El arte envolviendo la vida con un rastro de agua.
«Las ventanas siempre me han interesado porque son pasajes entre el exterior y el interior». (1952)
MATISSE: 1917-1941. Museo Thyssen-Bornemizza. 9 junio-20 septiembre 2.009
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