Caminábamos por un sendero de arenas vírgenes entre helechos y palmeras bananeras. Racimos de orquídeas decoraban las ramas de un magnolio centenario. Más allá palmeras de troncos altísimos que se abrían como fuegos vegetales en un cielo prístino. En el silencio de la mañana aves de plumas tornasoladas arrullaban a sus crías con silbidos.
El sendero se abría a una playa de arenas blanquísimas frente al océano turquesa de aguas revueltas. La brisa calentaba nuestras mejillas jugando con nuestras cabelleras revueltas. Sobre la arena caracolas y conchas escarlatas, tesoros marinos que la corriente nos ofrecía con alegría. El agua cargada de espumas transformaba nuestras pantorrillas en colas de sirenas. Un sueño cálido y tibio.
Nos tumbábamos sobre la arena bajo un sol que nos cargaba de la energía perdida en un invierno demasiado frío y húmedo. Una formación de pelícanos sobrevuela la costa a veinte metros de altura. Me habría gustado unirme a ellos y descubrir otros paraísos tropicales. Al despertar me sorprendió la piel bronceada de tus manos sobre la arena brillante de Sunny Islands. Miami, de nuevo. Una sonrisa.
Sunny Islands. Miami. Florida. Foto: C. Huerta
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