Posteado por: Concha Huerta | 13/11/2015

Ai Weiwei en la Royal Academy

Llego a la Royal Academy con la esperanza de encontrar entradas para la exposición Ai Weiwei, uno de los artistas y disidentes chinos más reconocidos hoy en día.  En la entrada una instalación de troncos armados con maderas secas y cinchas de acero. Alegoría del artista sobre la diversidad de gentes que obligadas a formar parte del Estado Chino.

Impresiona por su tamaño y por la sensación de nostalgia. Una visitante extiende su palma en silencio sobre uno de los troncos. Imagino a Lady Juliana acariciando sus vetas entre las brumas del tiempo. 300 años desde que mandara construir el patio del Burlington Palace en la trasera de Portugal Street, hoy conocida como Piccadilly.

Más conocido por su actividad como defensor de los derechos humanos y sus persecuciones por el régimen comunista,  Ai Weiwei inunda las diez salas del Palacio de Burlington de arte y poesía. Sorpesa y admiración son los dos adjetivos que mejor describen mis impresiones ante las obras que descubro.

La exposición recorre todas las fases del artista. Desde su fascinación por el arte conceptual en la década de los ochenta en Coat Hanger (Percha), moldeada con el perfil de Duchamp al que veneraba cuando vivía en Nueva York, hasta las bicicletas suspendidas en armazones plateados de la impresionante lámpara que cuelga de la sala central.

Ai Weiwei transita entre la tradición de los artesanos chinos y las instalaciones más vanguardistas. Con los 27 bancos entrelazados de Grapes (uvas) o la mesa que apoya dos patas en la pared (Table with two legs on the Wall), ambas construidas con objetos de la dinastía Qing, desmonta la opulencia del pasado imperial de China y decora las vasijas con colores primarios o marcas occidentales.

Un muro construido con los restos del estudio de Shangai demolido en 2011 por el gobierno local enmarcado por un cerco de caoba. 6 cubículos en los que representa las vejaciones que sufrió en sus 81 días encarcelado. O el mural con los 5385 nombres de los niños desaparecidos en el terremoto de Sichuan, victimas silenciadas por el régimen y la impresionante instalación de 90 toneladas de barras de acero defectuoso encontradas tras el terremoto.

Persecución, secretismo, tragedia, las constantes en la vida de Ai Weiwei desde que volviera  a China en 1993 por la delicada salud de su padre, Ai Quing, una de las mayores influencias del artista. Un gran poeta que vivió veinte años en el exilio condenado a limpiar letrinas hasta que tras el fallecimiento de Mao pudo volver con su familia Pekín. Recuerdos que marcarían la infancia y adolescencia del artista.

Al salir me reencuentro con Tree, el bosque reconstruido del patio. Apoyo mi palma sobre uno de los tochos secos y siento las palpitaciones de una cultura milenaria quebrada por la ausencia de libertad y de derechos. Una pareja me observa perpleja. Sin duda, la exposición de Ai WeiWei en la Royal Academy deja huella.

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Ai Weiwei en la Royal Academy of Arts. Londres. Hasta el 13 de diciembre de 2015.

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Ai Weiwei, Grapes. ( 2010)

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Ai Weiwei. Souvenir from Shanghai. 2012

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Ai Weiwei Coloured vases. (2013)

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Ai Weiwei. Marble Grass.

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Ay Weiwei. Bycicle Chandelier. (2015)

Fotos: C. Huerta


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