Tarde de verano. Sol, calor, semáforos, cajeros, kioscos, autobuses. Recorro a paso lento el camino entre Cibeles y Neptuno. La chaqueta en el brazo, las fachadas teñidas por los cristales castaños de mis gafas. Cuanto echaba de menos el buen tiempo. Cuando alcanzo mi destino, encuentro tres grupos que esperan pacientes poder entrar en la exposición que el Thyssen dedica este verano a Pissarro, el gran impresionista.
Confieso debilidad por la pintura impresionista, la vitalidad de sus colores, las pinceladas anchas que juegan con la mirada y me trasladan a bosques salvajes. Una inmersión en la esencia de la naturaleza. Y Pissarro quizá sea el impresionista más certero. Desde luego el más perseverante y promotor de este grupo de artistas que transformaron los cánones de la pintura del s. XIX.
En la primera sala, descubro su mirada inquieta envuelta en una larga barba blanca. Su primer viaje a Francia desde las Islas Vírgenes a los alrededores de París que cautivaron su paleta transformada en arboleda. Curiosa ocurrencia. Los caminos de Pontoise, las orillas del Marne, dibujados con esmero, homenaje al maestro Corot. Después los apuntes de su primer viaje a Londres acompañado de Monet, con el que compartirá pasión por las series.
Y la vuelta a Pontoise en los setenta, la casa junto a Julie, compañera y madre de sus ocho hijos, donde recibirá a Renoir, Sisley, Cezanne o Van Gogh, amigos y compañeros de artes. La tranquilidad de la vida rural, los campos salpicados de coles y manzanos, y las copas frondosas que dejan entrever los tejados de Eragny, su inspiración en la madurez de una vida consagarda a la pintura. Y los caminos que transitan cada una de sus telas, salpicados por figuras que comparten con la naturaleza los tiempos y espacios que pueblan la imaginación del artista.
Caminos de Pissarro. Trazos ocres entre pinceladas anchas y verdes, por veces una línea entre la tierra y el cielo, por veces una mancha sinuosa, vértigos de la naturaleza entre colinas y veredas. A veces las calles se alejan de las aldeas, y en Londres, París o Ruan, donde se refugia en la madurez tras una ventana, se transforman en bulevares brillantes iluminados por cientos de almas. Caminos todos ellos magníficos que hoy podemos recorrer en esta monográfica de Camille Pissarro en el Thyssen. Una oportunidad única.
Camille Pissarro. El antiguo camino a Ennery. Pontoise. 1877
Camille Pissarro. El camino en cuesta de la Cote du Jalet. Pontoise. 1875
Camille Pissarro. Sente de la Ravinière, Osny. 1883
Camille Pissarro. Paisaje de Varengeville.
Que cuadros más bellos adornan éste pos, el impresionismo y Pissarro enamoran, trataré de no perderme ésta exposición.
Gracias por la información.
Saludos 🙂 .
By: joaquinsarabia on 14/06/2013
at 12:34
Compartimos la misma debilidad. Ojalá pueda ir a verla… 🙂
By: zambullida on 14/06/2013
at 14:31
Me encanta la pintura impresonista…hay magia en los colores
By: rubengarcia on 14/06/2013
at 15:28
Me estoy acostumbrando a acompañarte en tus paseos que luego copio de forma furtiva en mis visitas
Gracias por compartirlos
Besos
By: Mientrasleo on 18/06/2013
at 21:19
Me apetece esta exposición… preciosos cuadros.
Un abrazo
By: annefatosme on 21/06/2013
at 10:29
Y la vuelta a Pontoise en los setenta, la casa junto a Julie, compañera y madre de sus ocho hijos, donde recibirá a Renoir, Sisley, Cezanne o Van Gogh, amigos y compañeros de artes. La tranquilidad de la vida rural, los campos salpicados de coles y manzanos, y las copas frondosas que dejan entrever los tejados de Eragny, su inspiración en la madurez de una vida consagarda a la pintura. Y los caminos que transitan cada una de sus telas, salpicados por figuras que comparten con la naturaleza los tiempos y espacios que pueblan la imaginación del artista.
By: Edwardo Francis on 25/06/2013
at 7:47