– Doña Rosa, ¿qué hace en medio de la escalera?
– Tenía que hacer arriba.
– Pues llama y la ayudo, que son muchos escalones y no queremos que vuelva a resbalarse.
– Tengo que llevarle las gafas a tu padre.
– Ande, vamos a bajar que nos espera el desayuno. Le he preparado torrijas. Ya verá qué ricas.
– Sin gafas no ve el periódico.
– El doctor ha dicho que tiene que desayunar bien para tomarse las medicinas.
– Tu padre me llama.
– Doña Rosa, no se quede ahí parada que va a coger frío. Ahorita mismo le digo a Julio que suba la caldera.
– Te he dicho mil veces que no bajes corriendo, que las escaleras las pule el diablo.
– Doña Rosa tenemos que salir a las doce y se nos está echando la horita encima.
– Le dije que no necesitábamos tanto piso. Pero él erre que erre, que si Tere se había comprado otra casa, que si estrenaban coche nuevo. Maldito el día en que conoció a ese Fernando. Y los negocios, cosa sucia. No se hace tanto dinero de la noche a la mañana.
– Asegúrese a mi brazo. Un pasito y luego otro. Ya casi estamos. Ya verá qué bien nos sienta el desayuno.
– Y yo todo el santo día subiendo y bajando escaleras, hasta que se me consuman las fuerzas.
– Le he preparado las torrijas que tanto le gustan, con azucar y canela. Luego nos damos un lavadito y nos ponemos guapas, el vestido gris y los pendientes de perlas, que hoy nos espera el padre Santos para la misa de aniversario. ¿Se acuerda? Ya estamos a veintiocho de enero.
– Y ¿por qué me entretienes en la escalera? ¡No me gusta llegar tarde a misa!
Foto: C. Huerta
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