Concha Huerta – Arte y cultura

Llego a casa con el alma encendida tras una comida entre amigos. Saboreamos las delicias que nos regala nuestra anfitriona y comentamos los buenos propósitos para el año, y como no, la crisis. Reviso el correo. Una amiga me recomienda un vídeo. A mí me ha impresionado. Cliqueo con curiosidad y descubro un concurso televisivo. El rostro de un adolescente inunda la pantalla. Vivo en Australia pero nací en Iraq. Siempre me ha gustado cantar, sueño con ser cantante profesional y ser el mejor. 

Me llama la atención la ilusión con que defiende su sueño. En cuanto sale al estrado descubro que camina con dificultad y no tiene manos. Imagino que debo de tener la misma cara de asombro que el jurado. Le saludan y le preguntan el nombre, Emmanuel, y cuántos años tiene. Su contestación me acongoja. No lo sé muy bien. Cuando mi madre nos recogió a mi hermano y a mi en un orfanato de Iraq solo la dijeron que nos habían encontrado en unas cajas sin documentación ni papeles.

La cámara enfoca a una mujer rubia acompañada de otro joven al que también faltan las manos. Mientras Emmanuel relata su historia, los ojos del jurado, del público y los míos se inundan de lágrimas. Cuanto coraje el de esta australiana, Moira Kelly,  que se llevó a dos niños a su tierra para operarlos y terminó formando parte de sus vidas. Mi heroína es mi madre. Todo se lo debo a ella. Cuando la voz cristalina de Emanuel comienza a cantar Let it be se me pone la piel de gallina. El resto lo dejo para que lo veáis en el vídeo.

Para que luego digan que no hay empatía ni afán de superación en este mundo.